En recuerdo al arquitecto Pedro Gutiérrez
Hay veces que, contemplando algún detalle de Casa Secuoya, me sorprendo a mí misma en un diálogo imaginario con los arquitectos que la diseñaron, Pedro Gutiérrez y Pedro Silleras. Les pregunto de dónde les venía la inspiración, por qué se les ocurrió combinar mármol, madera y hormigón o qué retos supuso la construcción a principios de los 70. Les pregunto por los acabados y colores, que me parecen muy bien escogidos. También por elementos tan prosaicos como los canelones de desagüe, que me encantan: son como gárgolas contemporáneas, geométricas y de gran personalidad. También hablamos del deslumbrante equilibrio que me acompaña al entrar en el amplio salón de la planta baja, esa armonía que se genera entre lo más físico y tangible, los materiales, y lo más etéreo, la luz que entra por los altos ventanales.
Disfruto con entusiasmo de la arquitectura de Casa Secuoya y eso me ha llevado a interesarme y admirar la obra de Pedro Gutiérrez. Nacido en 1931 y fallecido en febrero de este 2022 a los 90 años, ha sido uno de los más grandes arquitectos burgaleses del siglo XX, autor de edificios emblemáticos que han alineado Burgos con lo mejor de las vanguardias arquitectónicas. Hace unos meses, el Diario de Burgos publicó una galería de imágenes de las obras más relevantes que Gutiérrez levantó en la ciudad, a menudo en colaboración con otro arquitecto burgalés, Felipe de Abajo. Todas ellas destacan por saber unir función y forma. Un edificio de oficinas como Edinco, de evidente finalidad práctica, muestra una «piel» de cristal abstracta; es como un rascacielos en miniatura que enriquece su contexto urbano. En otro ejemplo, el de los cines Goya y Consulado, en la calle San Pablo, el vanguardista edificio cobijaba unas salas perfectamente diseñadas. Fue una lástima su demolición en 1993, como también lo fue la desaparición de la galería Mainel, asimismo diseñada por Gutiérrez. Por eso creo que hay que proteger todo lo posible nuestro patrimonio más actual.
Tengo la suerte de guardar unas fotografías aéreas de 1975, de cuando Casa Secuoya acababa de construirse. Fue un encargo de mi abuelo, Teodoro García. El proyecto se avanzó a su tiempo, de eso no hay duda cuando nos acogen y sorprenden sus líneas claras, tan contundentes y poderosas y, a la vez, tan amables, sensibles y bien integradas en el entorno del jardín. La casa tiene la virtud de la mejor arquitectura: abraza, protege, representa y sigue emocionando. Es tan de ahora como de todos los tiempos. Me ilusiona pensar que forma parte de la cultura contemporánea burgalesa y que conecta este lugar con las vanguardias internacionales de la época.
Es toda una responsabilidad mantener el espíritu original, con sus materiales nobles, su visión y sus soluciones técnicas, de una anticipación que maravilla. En esas fotos aéreas que he mencionado, nuestra secuoya, el árbol que da nombre a la casa, apenas alcanzaba unos metros. Hoy su altura crece cada año y es todo un símbolo de otro gigante: el gran arquitecto Pedro Gutiérrez.
Otilia López